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Foto del escritorAlexia S.S. Domínguez García

Sobre cómo escribir del feminismo sin ser un fastidio para la sociedad


ILUSTRACIÓN: WIX


Siempre me he preguntado esto: ¿Cómo puedes escribir sobre temas incómodos sin ser incómodo al hacerlo? Y eso me lleva a otra pregunta, ¿es posible?


***


Cuando, como entes ajenos a lo políticamente correcto, intentamos argumentar algo desde nuestra postura de Otredad solemos terminar mal parados. Nos encerramos en una cajita en la que los moralistas nos observan desde arriba, juzgan nuestras actividades, nuestro aspecto, nuestro estilo de vida, siempre como los entes de abajo. Tan abajo que no alcanzan a escucharnos, que vaya, ni siquiera se molestan en hacerlo. Tan abajo que creen que pueden imponerse sin que nos resistamos, que pueden manipularnos a su antojo, poner barreras entre nosotros, despojarnos de nuestras creencias y llenarnos con las suyas. Tenemos todas las de perder por el simple hecho de estar designados dentro de la Otredad.


¿Y qué es exactamente esta llamada Otredad? La manera más simple de definirlo sería como todo lo que la sociedad no quiere aceptar como parte de sí, todo lo que representa un problema a su estandarización y todo con lo que no está lista para lidiar. ¡Los rechazados, los paria, los apestados, los paganos, el polvo que esconden bajo la alfombra, el diablo que se apodera de sus feligreses!


Masomenos eso lo resumiría.

¿Entonces, qué tiene de atractivo ser parte de esta Otredad? En realidad… a simple vista, nada. Desencajar suele ser una complicación en la que, aparentemente, o te adaptas o te aislas.


Hablar de la Otredad es un tema incómodo, fastidioso, de mal gusto incluso. Implica hablar de una sociedad inflexible y conservadora (cualidades que no muy bien recibidas). Implica hablar de acuerdos sociales que nadie quiere cuestionar: ¿por qué sólo referirse a lo femenino como una faceta de fragilidad?, ¿por qué el matrimonio gay no puede llamarse de otro modo para no ofender a nadie?, ¿qué es una familia?, ¿por qué si la ropa define parte de nuestra identidad no podemos usar lo que queramos? Es hablar de un sinfín de temas que no tienen sólo bancos y negros, es crear una barrera innecesaria de bien/mal, correcto/incorrecto, héroes/enemigos, humanos/monstruos.


El Feminismo entra en esa Otredad de la que hablo, por lo tanto, es un fastidio. Entonces, la pregunta permanece: ¿cómo escribir del Feminismo sin ser un fastidio para la sociedad? A veces pareciera que hablar de Feminismo es querer hablar de algo tan complejo como los planos de la existencia después de la muerte o qué es la existencia en sí misma; y efectivamente, es así de complejo, ¿o no?


Hablar de Feminismo es hablar de un mundo que abraza el cambio, de un deber-ser sin igual, es filosofar, es sacar a la luz los trapillos sucios del Estado, de la religión, de la casa, de todo; nada escapa al feminismo. Y eso hace imposible hablar del Feminismo sin fastidiar a otros.


O al menos eso nos han hecho creer. La sociedad y su amiga la moral nos han moldeado a tal grado en que estamos predispuestos a rechazar ciertos temas, a rodar los ojos cuando alguien quiere romper los esquemas, a ignorar al loco, a repudiar al enfermo, a esconder a los gays, a excluir a quienes buscan cambiar al mundo.

Rechazamos la idea de la Otredad como cuando rechazábamos a la rarita/rarito de la escuela; actuamos como adolescentes ante temas engorrosos cuando deberíamos estar debatiéndolos hasta devanarnos los sesos.

La respuesta es más simple de lo que parece: para escribir del feminismo sin ser un fastidio para la sociedad, hay que escribir sobre este. Puede sonar bobo pero es así de fácil.


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