Crónica: una vez la policía me detuvo por caminar de noche
Durante el Día Internacional del Orgullo LGBTTTIQ+ de este año (2021), estuve cubriendo un par de marchas como parte de mi trabajo como reportera. Fue un día largo y precioso, ese día hubo dos grandes movilizaciones en Puebla capital: una marcha lesbifeminista para manifestarse a favor del Orgullo y otra para celebrar la emisión de las primeras actas de cambio de identidad de género.
La primera fue en la mañana, con una mayoría femenina, con un aire entre disidente y festivo. Con tambores de guerra que marcaban un ritmo que invocaba un gremlin dentro de lo más profundo de tu ser. La gente se abría paso con temor, porque una mujer que se alza en la calle a grito pelón, sí que sí, es un ser poderoso, un ser que infunde miedo y respeto.
La segunda marcha parecía más una celebración de amor, de lágrimas calientitas de cariño y de afecto que sólo puede ser conocido por las personas diversas: un amor no binario, sincero, rico. Fue también un desfile de locura, de pasión, de arco iris y colores.
Fue bello ver que los tambores y varias de las participantas de la primera marcha, se esperaron en el punto final para recibir a lxs peregrinxs de la segunda marcha. Fue un encuentro merecido y digno de un óleo de Delacroix.
Tras las marchas y unas merecidas chelas, fui con un par de amigxs a un evento drag, ¿qué mejor forma hay para cerrar un día de resistencia que ver un show de dragas? (NADA). El evento fue divino, fue la manera perfecta de ver dragas en vivo por primera vez, con su glitter exterior e interior, con sus volteretas, sus pelucas estridentes y sus maquillajes exquisitos.
Recuerdo que tras todo el éxtasis del show, mis amigxs y yo decidimos seguir la celebración en casa de alguien que vivía cerca y nos enfilamos con nuestros alcoholes encima hacia su casa. No pudimos pasar de las escaleras, no podíamos subir porque no queríamos despertar a la familia de mi amigx. Seguimos bebiendo y riendo.
En algún punto de la noche me dieron ganas de salir a caminar, estaba sola en las escaleras; no recuerdo bien porqué, pero decidí salirme sin avisarle a nadie. Tomé mi bolsa y salí por la puerta del frente. Corrí un par de calles por si alguien salía a buscarme, no tenía ganas de ver a nadie. Así que empecé a caminar y caminar.
Estuve deambulando un par de calles porque me desorienté de dónde estaba. Pasaba cuadras y cuadras, varias de ellas sólo iluminadas por muy tenues postes de luz. Vi un par de carros que me veían, desaceleraban y luego seguían su camino. Yo no les hacía caso, seguía muy decidida mi rumbo, como quien camina hacia un lugar a donde le esperan.
No recuerdo bien cuánto tiempo pasó hasta que por fin vi algo conocido, una de las calles más grandes del centro. Caminé sobre ella unas diez cuadras, hasta que me di cuenta que estaba yendo en sentido opuesto a mi casa. Todo el tiempo mi celular no dejó de sonar, eran mis amigxs, de vez en cuando les contestaba que me dejarán en paz, que quería caminar. Uno de ellos sonaba molesto pero yo sólo quería caminar.
Llegué a un cruce muy concurrido, justo en el punto donde empezaron ambas marchas, en un parque conocido aquí en Puebla por ser un punto de reunión para tener sexo casual, el famoso crossing, o hasta para levantar gente (en cualquier sentido de la palabra que usted guste).
Al pasar por ese parque más autos pasaban junto a mí, un par me gritó cosas como Ey, ¿cómo estás nena? y ¿De a cuánto la noche? A lo que yo sólo volteaba, los miraba feo y seguían su camino.
De ahí a mi casa faltaban alrededor de 25 cuadras (por decir algo). Seguí caminando como si fuese en mi carro manejando, me parecía el mejor camino para no volver a perderme. En algún punto una motocicleta se paró frente a mí, el conductor se bajó y me dijo ¿Estás bien? Sí, todo bien, voy para mi casa. ¿Quieres que te acompañe? No wey, todo chido, ya estoy cerca. ¿Segura? luego en las noches me doy vueltas por aquí y hace un rato golpearon a una chava por el parque de allá atrás. ¿En serio? acabo de pasar por ahí pero todo chido. ¿Por qué vas sola? Estaba en una fiesta y mis amigos me dejaron sola (le mentí). Ah pues que malos amigos. ¿Sí verdad? pero lo bueno es que estoy cerca de mi casa. Si quieres te llevo. No, no, todo chido, en serio. Bueno, ten cuidado, es muy noche para que andes vagando por ahí sola. Se subió a su moto y se fue por la misma calle que llegó.
De momento no me asustó su presencia, fue extraño. Se portó amable y entendió que no quería su ayuda. Así que seguí caminando, con mis pies adoloridos de estar caminando todo el día, con mi carita llorosa, con la cabeza dando vueltas y mi celular vibre que vibre.
Cuadras más adelante me paró otra motocicleta, se frenó abruptamente y un policía se bajó bruscamente. Su acompañante no se bajó. ¿A dónde señorita? ¿Por qué quiere saber? Ya es noche señorita y así como están las cosas es mejor saber a dónde va. Voy a mi casa. Y caminé un poco más, me hizo una señal con la mano para que me parara. ¿A qué se dedica señorita? Soy reportera en un periódico, ¿por qué? Y entonces tomó mi bolsa, justo se cayó mi credencial del periódico y la tomé rápidamente.
¿Qué es eso que tiene ahí? Es mi credencial del periódico. A verla. ¿Para qué quiere verla? Seguro está mintiendo, ¿a qué se dedica?, me escupió su pregunta en lo que hurgaba mi bolsa. Ya le dije, soy reportera en un periódico. Ajá, ¿a dónde se dirige? Voy a mi casa, me aventó mi bolsa (yo agradecí haber regalado los condones que me dieron en la marcha). Súbase, la llevamos a su casa. No, no es manera de tratarme, si quieren pueden acompañarme a mi casa pero yo a esa moto no me subo, y seguí caminando. ¡Pero señorita! Ya wey, déjala, está loca, allá ella. Y se fueron rechinando llanta.
Entonces sí me dio miedo, el alcohol que tenía se me bajó a los pies y eche a correr a mi casa. Estaba todavía como a unas siete cuadras, quizás más, pero no dejé de correr hasta que llegué a la puerta de mi cuarto.
Que curioso, ¿no? Un sujeto cualquiera fue más amable y atento que los mierdas de policía que me detuvieron, y estoy segura de que me detuvieron porque me creyeron puta y no porque me quisieran ayudar. Disculpe usted persona lectora si se ofende con la palabra puta, pero es que esos policías no me detuvieron con decencia alguna, sino de forma despectiva y grosera. Como si caminar de noche siendo mujer fuese un delito automático.
Recuerdo que llegando a mi cama lloré y lloré, porque no me importó que los carros y la primera moto se pararán junto a mí. Me dieron igual, pero que la policía, las supuestas autoridades que debieron auxiliarme me dejaron ahí en mi paranoia en lugar de verdaderamente ayudarme.
Esa experiencia me llevo a preguntarme, ¿por qué está mal que una chava camine de noche? ¿qué tiene de malo? Y si me dedico a la prostitución, ¿con qué derecho revisa la policía mis cosas y cuestiona mi trabajo sólo por caminar de noche? Y ahí me vino a la mente, el porqué la sociedad ha hecho que mujeres y el espacio público (la calle, vaya) seamos incompatibles. Hemos sido confinadas, como bien lo detalla Lagarde en su bella y triste tesis de los encierros.
¿Se supone que debamos quedarnos en casa todo el día, toda la noche, toda la vida? Yo creo que no.
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